Después de
haber visitado el día anterior la muestra sobre Vivian Maier, dediqué la mañana
del lunes a ver la que con 600.000 visitantes se ha convertido en la exposición
más visitada del Museo del Prado, la dedicada al V centenario del fallecimiento
del Bosco.
Mediado agosto,
Madrid estaba vacío, pero los turistas siempre van a los mismos sitios, y me
alegré de mantener mi carnet de amigo del Museo, que me permitió entrar sin
hacer cola ni atenerme a un horario establecido.
Jheronimus
van Aken, que firmaba algunos de sus cuadros – pocos – como Jheronimus Bosch, fue conocido en España como
el Bosco. Es un pintor de lo más original, hasta el punto de que no deja
indiferente a nadie, generando todo tipo de especulaciones que en mi opinión
están fuera de lugar. Prefiero las opiniones de los expertos a otras más
peregrinas que le califican como un hereje o lo vinculan con la alquimia y
otras prácticas.
Creo que
el Bosco nos habla más de ética y de religión, y que además de en la Biblia se
inspiró en otros textos, así como en las costumbres de la época que le tocó
vivir. Para entender su obra hay que conocer primero cómo se vivía a finales
del siglo XV. Solo así podremos descifrar, aunque sea por encima, una
simbología abierta a muchas interpretaciones.
El
catálogo, que incluye monografías de varios especialistas sobre sus posibles
influencias, su técnica y los materiales empleados, es una joya que conviene
leer con detenimiento.
El Bosco vino
al mundo en Bolduque – una ciudad pequeña pero con cierta relevancia económica
– alrededor de 1450, y falleció, supuestamente de cólera, en esa misma ciudad
en 1516, dejándonos como legado un puñado de obras, la mayoría de las cuales fueron
destruidas o se perdieron. Es mucho lo que se ignora sobre su vida, ya que muy
pocos documentos han sobrevivido, pero sabemos que perteneció a la cuarta de
seis generaciones de pintores y que murió sin descendencia después de un
matrimonio que le permitió ascender socialmente y vivir con relativa comodidad.
En la
exposición había demasiada gente, la mayoría agolpados frente a los cuadros más
famosos, pero como estos eran precisamente los que posee el museo del Prado y
puedo verlos cuando quiera, me centré en los que venían de fuera, que también
eran interesantes y los tenía menos vistos.
La muestra
seleccionada, agrupada en siete secciones, constaba de 53 obras, aunque no
todas estaban atribuidas al pintor del Ducado de Brabante, las hay también de
su taller, de seguidores suyos y de otros que quizás pudieron influirle.
Los
expertos reconocen entre 21 y 25 pinturas suyas además de una veintena de dibujos. Hay
mucha controversia respecto a la autoría de varias de ellas y algunas, como La
extracción de la piedra de la locura, La mesa de los pecados capitales o Las
tentaciones de San Antonio Abad han sido recientemente atribuidas a su taller o
a otros seguidores. El hecho de que haya varias copias de algunos cuadros
tampoco ayuda a identificar los originales.
***
Dos
semanas más tarde volví a la exposición, porque no me importa repetir cuando
algo me gusta y porque nunca se sabe si tendré oportunidad de volver a ver las
obras que andan desperdigadas por el mundo.
Tanto el
catálogo como varios vídeos que hay en Youtube, nos ayudan a interpretar este
mundo fantástico, que lejos de responder a la creación de un enajenado, se
fundamenta en la literatura y en las costumbres de la época. La carga moral de
sus pinturas es inmensa, y si nos muestra el pecado es como advertencia, ya que
no muy lejos hallamos el castigo correspondiente.
Aunque ya
terminó, os dejo un enlace con la
página de la exposición por si queréis echar un vistazo.
En este enlace podéis
ver algunos de los cuadros que conserva el Museo del Prado.
Y por
último, otro enlace que me ha
gustado mucho con una charla sobre la exposición, impartida por María Martín
Sánchez, licenciada en Historia del Arte.
He
preferido no poner fotos que no sean mías, pero los tres enlaces abundan en
ellas.